viernes, 2 de noviembre de 2012

The weirdest night at the Opera House


La cosa ya apuntaba maneras antes del concierto. Y eso que tú y yo nos conocíamos lo suficiente como para saber que no me tenías que rogar que te acompañara al concierto ni yo para que un par de horas más tarde me quitaras mi ropa interior. Pero bueno, que sí, que entre mis horas extras y tus turnos de noche, nos hacía falta una noche épica de esas en las que no pasa nada, un miércoles que se convirtiera en aquel miércoles y que tuviera un evento reseñable que sirviera de pretexto para citar lo previo y lo posterior a éste. Para mí, un concierto de un tío en sus cuarenta que moja braguitas de niñas que leen cosas que no deberían leer. Para ti, el concierto que se escapaba una y otra vez.

Por A o por B, pero ahí estábamos los dos, una hora antes del concierto tomando una copa de vino. Discutíamos sobre el valor de una obra de arte y su relación con su contexto. Yo, emulando a Woody Allen, me presentaba indignado ante la idea de que un papanatas como el que estábamos a punto de ver tocar su guitarra fuera a tocar en un lugar tan sagrado como la Opera House de Londres. ¡La Royal Opera House! Aquello era indignante, repetía yo, mientras tú te reías, a sabiendas que buscaba hacerte cosquillas. El caso es que tú no te acabaste la copa de vino, pese a que tus mejillas se encendían -por el frío, dirías tú-. Yo, mucho menos remilgado en modales, apuré y exprimí hasta la última gota.

El caso es que tú cantabas y te emocionabas. De vez en cuando me mirabas, pero nada que ver con ese intercambio de miradas que yo intentaba forzar, el de siempre, el clásico. Esa noche estabas hechizada por la voz rasgada de aquel cocainómano y nuestro cruce de miradas se podía comparar con ese deje de cortesía de dejar el culo de tu copa. Yo entretanto, de vez en cuando pasaba la mano por tu cintura o te daba un beso en la mejilla. Sonreía, tarareaba y fingía estar viviendo una experiencia mariana similar a la tuya. Puro teatro, por supuesto. En realidad, estaba tratando de descifrar ese hechizo, cómo el tipo aquel había sido capaz de abstraerte de todo, hasta de mí.

Pobre ignorante que se dio cuenta de la trampa demasiado tarde. Tan pronto como apagué las luces y me follaste de aquella manera. No es que nosotros no tuviéramos nuestros momentos álgidos de sexo salvaje, dios nos libre, claro que sí. Mañanas en las que se nos hacía de noche y que tanto nos rejuvenecíamos, algún que otro vecino molesto. Pero lo de aquella noche, lo de aquella noche fue otra cosa. Me estaba follando tu pasado adolescente, aquella que tanto tiempo había estado aquel momento de gloria. Y sí, fue raro, muy raro. Y se callaron voces para siempre. Y nunca volví a escuchar una canción de aquel tipo. Y sin poder evitarlo, con todavía la voz entrecortada dije una tontería. Yo quiero follarte con todo, en todo y de todo. Tontería comparable a la teoría de la evolución, o al Big Bang o a las leyes de Newton. Tontería que se quedaba corta al intentar expresar un vínculo, una relación o un sentido general del funcionamiento de mi psique. Y lo peor de todo, tontería que encaja en cualquier canción de aquel tipo.